sábado, 21 de marzo de 2015

[#DIARIODEVIAJE] Cómo empecé a amar el otoño

La primera vez que había tenido un encuentro cara a cara con la escenografía patagónica había sido en verano. Como si me estuviera dando un banquete feroz, recuerdo que devoré todas las postales que pude de aquel regalo de la naturaleza. Tanto me había costado llegar, que por las dudas, si no volvía nunca más, quería verlo todo. Las fotos mostraban hermosos lugares y una cara de destrucción imposible de disimular.
Varios años después, cuando tuve oportunidad de regresar, la sorpresa fue todavía mayor. El otoño, siempre tuvo para mí un clima de nostalgia, cierta tristeza contenida en el ambiente, un manto ocre que todo lo cubre en ese espacio de transición.
Aquellos días encontré un cielo celeste grisáceo, nubes densas, brisa suave y hojas de matices diversos que aportaban un colorido que realmente impactaba. Desde el rojo intenso hasta el amarillo ocre y el marrón oscuro. Los bosques de lengas que se prolongaban hasta bien alto en las laderas de los cerros parecían dispuestos a propósito por un pintor eximio. La paleta de colores era realmente maravillosa, y me sentí dentro de un cuadro o dentro de una película fantástica.
Bariloche, San Martín de los Andes, Villa La Angostura, Esquel, se revelaron todos como verdaderas obras de arte. 
Por la mañana y hacia el atardecer el frío se hacía notar, pero gran parte del día se podía disfrutar de un mix entre un sol que acariciaba las mejillas con su tibieza, y corría un poco el rosado instalado en la cara por el frío, y la brisa fresca que arrastraba los pensamientos hacia ese territorio donde la melancolía era protagonista. El ser humano percibe su verdadera simpleza y pequeñez frente a un marco imponente que pone en jaque todos los valores. Finalmente, la existencia es demasiado pequeña y la felicidad se encuentra en actos tan minúsculos como la contemplación de mágicas creaciones de la naturaleza.
La ruta que une San Carlos de Bariloche con San Martín de los Andes, a través del camino de los Siete Lagos, fue realmente una experiencia religiosa. El horizonte encontraba la conjugación de sus pócimas mágicas en cadenas de cerros que se prolongaban más allá, cubiertas sus laderas de rojos intensos, algún que otro verde, anaranjado, amarillo, marrón, y más allá un poco de violáceo. Un arcoiris cuyo tesoro estaba a la vista. Los lagos Nahuel Huapi, Espejo, Correntoso, Escondido, Villarino, Falkner, Machónico, Lácar. Todos aportando su singular belleza a un paisaje que lo tenía todo. Todos dignos de arrancar signos de exclamación. Lo mismo que el circuito que recorre el trayecto hacia el Cerro Tronador. La vegetación boscosa, con sus especies perennes, mezcladas con el colorido de un follaje con fecha de vencimiento, hacía que dejar de tomar instantáneas fuera imposible. Todas fotos iguales a simple vista, pero novedosas a medida que se presentaban ante la vista. Desde lejos, ver aparecer el Cerro, con su manto de hielo cubriendo su cumbre, y luego percibir sus truenos de cerca, no puede ser mejor en otras épocas. O tal vez sí, pero en la estación en la que las hojas buscan su espacio de libertad desprendiéndose de los árboles, es perfecta. Y todavía me pareció más fantástico que la maravilla se repita cada año. La afirmación que dice que la naturaleza es sabia, no puede tener mayor contenido de verdad.
Días más tarde, la secuencia se repetiría en Esquel. El frío tenía una presencia más constante, y muchos de los árboles ya habían perdido sus hojas. En el Parque Nacional Los Alerces, la pasividad reinaba por la falta de afluencia turística masiva. El paisaje era otro, pero el matiz sepia con el que todo lo tiñe el otoño, no dejaba de hacerse notar. 
Otoño es época de temporada baja, y para el turismo tiene algunas ventajas, además de un singular colorido en su escenografía, precios más accesibles y todo el lugar casi en forma exclusiva para los pocos turistas que deambulan por ahí. Entre las contras está que justamente por la poca actividad turística, algunos servicios no están disponibles y es imposible realizar algunas excursiones o porque las agencias están cerradas, o porque hay lugares que es mejor visitar en otras fechas, o por el encarecimiento de las tarifas ya que los costos se reparten entre menos, y a veces porque no se llegan a cubrir los cupos.
El caso en Esquel fue de una ciudad casi desierta de turistas, y la solución, buscar alternativas como contratar remises, usar el transporte público cuando hubiera posibilidad y disfrutar de las bondades así como estaban planteadas. Incluso, la sorpresa fue encontrar algo de nieve en el cerro La Hoya, y permitirse la licencia de disfrutar de esa blancura como lo hacen los niños.
Desde entonces, siempre que puedo elijo el otoño para volver a encontrarme con la Patagonia. 
Después de una primera impresión tan intensa. Después de sentirte envuelta, abrazada y acurrucada por un paisaje tan deslumbrante. Después de descubrir que la tibieza y la nostalgia también pueden estallar en colores y traducirse en una exaltación natural que te deja sin palabras, cómo no amar el otoño. Y cómo evitar querer volver, volver y volver.





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